domingo, 12 de septiembre de 2010

DIA 37

Cada vez que nos veíamos obligados a salir a por algún tipo de provisiones ( munición para las armas que habíamos ido consiguiendo, medicinas, comida...) el horror de lo que habia fuera de nuestro seguro recinto se nos echaba encima, haciendo nos llenara una sensación de miedo, asco, pena y rabia por en lo que se habian convertido nuestras vidas.

La mía en concreto se podía decir que era una vida de alguien mediocre, vendía coches en un
concesionario de Citroen, nunca me gustó la palabra "comercial" me daba la impresión de que al pronunciarla querías hacer ver a tu interlocutor que eras algo más de lo que en realidad eras, un vendedor.

Estaba casado con una mujer de la que me había enamorado el el instituto, Lourdes, ella estudió derecho, y se estaba convirtendo en una abogada de prestigio en Zaragoza, haciendose un nombre, lo que nos permitía llevar una vida con nuestros dos sueldos bastante cómoda.

Pensábamos tener hijos, pero no teníamos prisa y ahora todo se habia ido a la puta mierda, Lourdes cayó el 10 de agosto, en los primeros días del apocalipsis, salimos de nuestra casa para intentar encontrar algo de comida, llevabamos tres dias sin probar bocado y estabamos acostumbrados a comer fuera de casa por nuestros trabajos, por lo que no teníamos casi nada en la nevera y eso , nuestro comodo y estupido estilo de vida me costó a Lourdes.

El tipo que la atrapó iba ridiculamente vestido con el uniforme de cartero lleno de sangre y trozos de al parecer carne seca, le faltaba el ojo derecho y parte de la cara arrancada posiblemente por el mordisco que le arrancó tambien la vida.

Lourdes tropezó, yo me dí la vuelta para ayudarla y el tipo salió de detras de un coche empotrado contra un escaparate de Zara.

No me dió tiempo a llegar antes que él, joder esas cosas son lentas, pero el hijoputa estaba más cerca que mi mujer que yo y se lanzó a su garganta arrancandole la carne a mordiscos entre los gritos espantosos de Lourdes, los de desesperación míos y sus gorgoteos de placer al llenarse lo que le quedaba de boca de sangre caliente.

Con lo que llevaba en la mano, un piolet de montañero que usaba con Lourdes en nuestras excursiones al Pirineo, le partí el cráneo al cartero destrozando su cabeza y reventandole los sesos y después cuando Lourdes dejó de respirar y con una frialdad de la aún hoy me asqueo, con mi cuchillo de caza que jamás había usado y que ella me regaló en mi treinta y ocho cumpleaños, le corté la cabeza a mi esposa.

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